El sol entra por la rendija de la ventana sirviendo en
su desdén un calor que en pocas ocasiones me entrega, con
dificultad intento abrir uno de mis ojos y observarte a mi
lado, sonreír y que en su recompensa recibir esa curva que
tanto me enloqueció cuando en la noche omitimos en gran medida el
dormir.
Despierto sola en esta gran cama, en un habitación en la que
tantas veces mencione tu nombre, nuestro santuario, tu eres
mi loción mencionaste justo antes de dormir y en efecto me acomode en
tus brazos con la ingenuidad de esas palabras.
¿Donde estas?, acaso aun cohabitamos en esta fauna de sabanas y besos.
Me levanto de la cama y tomo una de tus camisas, siempre me han quedado
grandes, me observo en el espejo y sonrió por lo poca despeinada
que desperté, me contemplo amada y protegida, tal vez sean tus brazos, tu
fuerte palpitar, tu mirada.
Camino fuera de la habitación al escuchar un ruido, avanzo con
sigilo, soy tu lince, tu gatita siberiana, tu hembra de hielo y dulce miel, no
te observo a través del pasillo, no percibo tu aroma, llevo mis manos
a mi pecho y doy pasos pequeños al acercarme a la esquina de la estancia,
escucho por fin algo, ¿eres tú?.
Me observas y sonríes, con tu mano me pides me acerque a ti y
contemple a tu lado un programa matutino que te agrada, sin perturbar el
entorno me aproximo a tus brazos y me acurruco en ti, al paso de unos minutos
solo tengo un pensamiento.
Así son mis mañanas, no en todas las ocasiones me entrego
a tus brazos, termino con el anhelo de que me beses o entre las líneas
de un libro te des cuenta que existo.
A tu lado, será que esta es mi última mañana en que despierte con tu
sutil ausencia, te miro fijamente en esa visual habitación, impaciente me
encuentro a lo inevitable, con mi mano te volteo el rostro y no existirá otro
momento hasta que me mires fijamente, ese instante será en el que te diga,
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