miércoles, 12 de octubre de 2011

El Viaje de la Tortuga



Un sonido renueva en ciclos su eco. El frío y la bruma apenas permiten vislumbrar el sol en el horizonte que se pierde en el desierto. Callan los sonidos y dan razones al silencio, el roer de la tierra en mi cuerpo marca un espacio alrededor de mí. No recuerdo ese sentir, me parece ajeno y no le siento próximo a mi persona, sólo observo lo que mis ojos cerrados ven.

Recuerdos nacen de aquel pasado que a todos gobierna, un pasado que me invade el cuerpo y el alma, con esos momentos discretos que no disfruto, pero que comienzan a nacer como estrellas en la oscuridad que proyectan mis ojos, consumen toda forma, incluso la manera en la que creo estoy recostado, un regalo en el que he de depositar lo que queda de mí. 

Creo abrir mis ojos y observar dos manos llenas de tierra. Sangran por desesperación, mas en su partida encuentro los detalles que parten de este suelo infértil, eterno, en el que siento pender de un hilo.  

No me encuentro débil, siento ligereza, como una sombra entre nubes, es como revivir.

El sol toma de sorpresa mi rostro, se escuchan las aves entonando su canto creando armonía con el viento y sus vecinos árboles. Mi mujer se acerca con su dulce voz que llena de vida nuestra pequeña casa, me besa y se viste. Hermosa eres, mi amada Violeta. De tu corazón jamás me siento digno, tus detalles -como el dejarme dormir un poco más y siempre abrazarme cuando me levanto- son tesoros que nunca enterraré. Arreglas a los pequeños, les mandas a la escuela de una manera tan dulce, igual a una baya de oro. Regresas siempre y te recuestas de nuevo, sólo para escuchar mi corazón, eso dices. 

Su semblante, su silueta… sólo un beso me queda para de alguna manera expresarle lo que siento. Hoy es diferente, marcho a un camino distinto, al que creí nunca tener que recurrir, unas cartas que llegaron días atrás mostraron frustración y deudas. No dejabas de llorar, Violeta, pero jamás perdiste el porte cuando me marchaba, sólo tu imagen me llevé como relicario en tu recuerdo. 

Todo es oscuro, no observo a otros pasajeros, todo pasó demasiado rápido y ahora me encuentro corriendo en el desierto, perseguido. Aun cuando caí me levanté y avancé hacia una roca donde permanecí oculto hasta que mi instinto me invitó a moverme. Mi sorpresa fue enorme al ver que donde me encontraba, estaba una niña, temblando por el frío.
-¿Cómo te llamas? -le pregunté.
 Sólo mencionó: -Ámsterdam.
 Le abracé y esperamos a que amaneciera.

El alba nos despertó. Hoy no existe un canto o una suave brisa, sólo hay arena. Caminamos tranquilamente por el desierto hasta lo que parece una reja. Le atravesaría, pero en caso de riesgo no podría exponer a la pequeña, así que opto por rodear. Caminamos a lo que creemos es el camino correcto. La pequeña tiene uno de esos relojes con brújula, así que caminamos con dirección al norte, procurando descansar en toda sombra posible. El día avanza, creo que llevamos buen ritmo. A pesar de que casi no llevamos agua no me encuentro deshidratado, es como si el desierto no reclamara nuestras almas, cuando descansamos en las sombras parece que nos cuida, se percibe un viento fresco y la arena cada vez quema menos. 


Comienza a anochecer, buscamos refugio y encontramos una roca un tanto extraña, nos acercamos para pasar la noche y dormir. Amanece y la sensación de pérdida comienza, el recuerdo de mi esposa se hace presente. La niña no habla y sólo aquella palabra que no conozco, "Ámsterdam", es lo único que ha mencionado. Cuando voy a despertarla me percato que ha desaparecido, me desespero cuando le veo encima de la roca.
-Baja ya, niña, que te vas a lastimar.
 Me acerco a la roca y ésta comienza a moverse, no hay reacción en mí cuando ésta roca emerge, con una forma que pareciera la de una tortuga. Avanza con la niña que se encuentra sentada en su caparazón.

Pasan momentos que llenaron mi alma de felicidad, el alcanzarlos y observar que en realidad se trataba de una tortuga me pareció extraordinario. Caminamos incluso en la noche, no existía ya el cansancio, no había arena en mis zapatos, caminamos con la noche a través de un desierto que nos daba la bienvenida mostrándonos lo que creíamos era el objetivo, observamos la ciudad amenizada por el atardecer. Mire a Ámsterdam y decidimos regresar a la tierra que dejamos atrás. Ella no tenía familia, así que volvería a casa con una hija más. La tortuga continuó como nuestra guía por este desierto, el cual se mostraba amarillo; los arbustos y cactos nos regalaban postales maravillosas, no se dijo ni una palabra en el viaje de regreso, no había tampoco razones para detenerse. Caminamos hacia el horizonte, guiados por esta tortuga que estoy seguro salvó nuestras vidas.
Regresamos a la frontera, no encontré diferencias entre el día o la noche. Llegamos a las ciudades de mi país y sentí que todos observaban maravillados una tortuga de esas dimensiones. Los automovilistas nos sonreían, recuerdo cómo Ámsterdam les saludaba. Seguíamos caminando, disfrutando de los paisajes cada vez que nos deteníamos. Llegamos a mi hogar, “si que es una tortuga astuta”, me dije. Caminé a mi hogar, segundos después troté hasta correr.

Llegué a la entrada de mi hogar con el corazón queriendo salir de mi pecho. Entré y busqué a mi mujer, todo estaba en silencio. Una sensación extraña se apoderó de mí cuando observé a un grupo de personas rezándole a una imagen. Entre ellas estaba mi esposa, grité efusivo: ¡VIOLETA!
No escucha, algo impide que me acerque, así que salgo de la habitación con la idea de rodear la casa y entrar por la puerta trasera. Cuando estoy a instantes de salir escucho que tocan a la puerta. No puedo abrir, observo a mi esposa acercarse, me aparto para dejarle pasar. Al abrir observo que es Ámsterdam quien toca, enfundada en un vestido negro y con un ramo de flores que le entrega a mi esposa mientras le abraza. Sólo logro distinguir un “gracias por encontrarlo”. Salgo a con Ámsterdam y observo que va hacia una camioneta negra, le reciben dos señores -sus padres supongo-, y le dan un peluche en forma de tortuga. Regresa y conforme camina sé que me mira, y sonríe. Le entrega el peluche a mi esposa. 

El silencio decae, veo cómo unas manos intentan levantarme, sangran al cortarse con piedras, mueven la arena, miro por instante su rostro, me es familiar, es el de una niña.

Gracias, pequeña. 

3 comentarios:

  1. Excelente relato, tal como me lo contaste, es maravilloso descubrir la imaginación plasmada en papel.

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  2. Me agradó mucho, tiene sus detalles que se deben corregir como decías, pero es muy bueno, tiene imágenes bonitas, y debería estar haciendo tarea. :B

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  3. Gracias a Margarita (Mago) Noriega por la corrección de estilo, me gusto mas el resultado :D

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Navegantes de otros mares

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